Domingo de Ramos en la Pasión del Señor
Lema del Mes:
“Renacidos para una esperanza viva, por la Resurrección” (Cf. Sab 12,19)
I
Hosanna, canta mi alma.
Al siervo y Rey de la gloria
Hosanna, proclama mi ser.
A Jesucristo, mi esperanza.
Bendito es él
bendito el que viene
para entregar toda su vida
y otorgarme redención.
II
Su amor es mi palabra de aliento
su paz es mi sustento
es en su bondad
donde la esperanza encuentro
y su sacrificio lo que me da la salvación.
III
Y con tu dolor, Señor
mesaron mi barba
zarandearon mi ser
pero tu consuelo
me levantó al caer
atacaron mi alma
pero mantuve mi fe
no me dejó en el suelo
mi Rey me tuvo compasión.
IV
Y fue al madero como chivo expiatorio
por la multitud que lo alabó
y fue al madero como cordero inmolado
por la muchedumbre que lo condenó
sufrió en su ser el peso de mi pecado
y de la humanidad
para darnos su paz
y en cada una de sus llagas mi alma ha salvado
es su amor redención y estos versos la crónica de su pasión.
Procesión del Domingo de Ramos
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 19,28-40
En aquel tiempo,
Jesús echó a andar delante, subiendo hacia Jerusalén. Al acercarse a Betfagé y
Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos,
diciéndoles: «Vayan a la aldea de enfrente; al entrar, encontrarán un borrico
atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo. Y si alguien les
pregunta: “¿Por qué lo desatan?”, contéstenle: “El Señor lo necesita”.»
Ellos fueron y lo
encontraron como les había dicho. Mientras desataban el borrico, los dueños les
preguntaron: —«¿Por qué desatan el borrico?»
Ellos contestaron: —
«El Señor lo necesita.»
Se lo llevaron a
Jesús, lo aparejaron con sus mantos y le ayudaron a montar.
Según iba avanzando,
la gente alfombraba el camino con los mantos. Y, cuando se acercaba ya la
bajada del monte de los Olivos, la masa de los discípulos entusiasmados, se
pusieron a alabar a Dios a gritos, por todos los milagros que habían visto,
diciendo: —«¡Bendito el que viene como rey, en
nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto.»
Algunos fariseos de
entre la gente le dijeron: —«Maestro, reprende a tus discípulos.»
Él replicó: —«Les
digo que, si éstos callan, gritarán las piedras.»
Palabra del Señor.
Lectura del Libro de Isaías 50,4-7
Mi Señor me ha dado
una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor
me abrió el oído. Y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecí la
espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba; no
oculté el rostro a insultos ni salivazos.
Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso
ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.
Palabra de Dios.
Salmo Responsorial: 21,8-9.17-18a.19-20.23-24
R/. Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?
Al verme, se burlan
de mí, hacen visajes, menean la cabeza: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre, si tanto lo quiere.» R/.
Me acorrala una
jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y
los pies, puedo contar mis huesos. R/.
Se reparten mi ropa,
echan a suertes mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven
corriendo a ayudarme. R/.
Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te
alabaré. Fieles del Señor, alábenlo; linaje de Jacob, glorifíquenlo; témanle
linaje de Israel. R/.
Lectura de la Carta del Apóstol San Pablo a los
Filipenses 2,6-11
Cristo, a pesar de su
condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se
despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a
la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el
«Nombre-sobre-todo nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se
doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Palabra de Dios.
Pasión de nuestro
Señor Jesucristo según san Lucas 23, 1-49
C. En aquel tiempo, se levantó toda la asamblea, o sea,
sumos sacerdotes y escribas, y llevaron a Jesús a presencia de Pilato.
C. Y se pusieron a acusarlo, diciendo:
S. —«Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra
nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es
el Mesías rey».
C. Pilato preguntó a Jesús:
S. —«¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. Él le contesto:
—«Tú lo dices».
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:
S. —«No encuentro ninguna culpa en este hombre».
C. Ellos insistían con más fuerza, diciendo:
S. —«Solivianta al pueblo enseñando, por toda Judea, desde
Galilea hasta aquí».
C. Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y, al
enterarse que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió. Herodes estaba
precisamente en Jerusalén por aquellos días.
C. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía
bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle
hacer algún milagro.
Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero él no le
contestó ni palabra.
Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo
con ahínco.
Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló
de él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo
día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy mal.
C. Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las
autoridades y al pueblo, les dijo:
S. —«Me habéis traído a este hombre, alegando que alborota
al pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros, y no he
encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes
tampoco, porque nos lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se le ha
probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos
vociferaron en masa, diciendo:
S. —«¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás».
C. A este lo habían metido en la cárcel por una revuelta
acaecida en la ciudad y un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de
soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando:
S.—«¡Crucifícalo, crucifícalo!».
C. Él les dijo por tercera vez:
S.—«Pues, ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él
ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo
soltaré».
C. Ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo
crucificara; e iba creciendo el griterío.
Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le
pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús
se lo entregó a su arbitrio.
C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de
Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás
de Jesús.
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se
daban golpes y lanzaban lamentos por él.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
—«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras
y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán:
"Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos
que no han criado". Entonces empezarán a decirles a los montes:
"Desplomaos sobre nosotros", y a las colinas:
"Sepultadnos"; porque, si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con
el seco?».
C. Conducían también a otros dos malhechores para
ajusticiarlos con él.
C. Y, cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo
crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la
izquierda.
Jesús decía:
—«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
C. Y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte.
C. El pueblo estaba mirando.
Las autoridades le hacían muecas, diciendo:
S. —«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es
el Mesías de Dios, el Elegido».
C. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole
vinagre y diciendo:
S. —«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
C. Había encima un letrero en escritura griega, latina y
hebrea: «Éste es el rey de los judíos».
C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba,
diciendo:
S. —«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a
nosotros».
C. Pero el otro le increpaba:
S.—«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo
suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en
cambio, este no ha faltado en nada».
C: Y decía:
S. —«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
C. Jesús le respondió:
—«Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».
C. Era ya eso de mediodía, y vinieron las tinieblas sobre
toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del
templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:
—«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
C. Y, dicho esto, expiró.
C. El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios,
diciendo:
S. —«Realmente, este hombre era justo».
C. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo,
habiendo visto lo que ocurría, se volvía dándose golpes de pecho.
Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las
mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando.
Palabra del Señor.